Friday, April 14, 2006

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¿Quién era? ¿A quién le mostró su alma? ¿Quién la vio desnuda, indefensa, vulnerable, frágil? ¿Quién fue cómplice de sus miedos?

No lo sabía y se lo cuestionó en ese preciso momento en que le miró a los ojos y no vio nada. Una mirada oscura, fría.

Mirada equidistante, mirada que está pero no siente, mirada que no es transparente.

Y tardó, tardó en llegar a este razonamiento, se dejaba llevar por su parte más emocional, los latidos de su corazón y la buena fe de actuación que presuponía a todo ser humano. Creía, ilusa ella, que el ser humano es bueno por naturaleza. Pero, ¿qué es bueno? ¿Qué entendía ella por bueno en este caso concreto? Persona que respeta los sentimientos ajenos, que no miente, que no engaña, que es uno mismo frente a los demás o, al menos, para con una misma, sin trabajarse un premio final a su interpretación de “buen amigo”, “buen consejero” o “buen amante” – que por otra parte, sin faltar a la verdad, dejaba mucho que desear, cosa que ella nunca le dijo por no lastimar su ego y arrogancia, todo ello que, en una palabra, le resultaba patético, y pobrecita de ella, se tenía que callar y reír por dentro sin poder compartir la comedia con su circulo más cercano por una cuestión mayor: la palabra, la fidelidad que mantenía por su parte con él, la parte informalmente contratante de un tipo de relación personal, dicho sea de paso, inclasificable (y mejor así)-.

En contra, durante mucho tiempo él utilizó la palabra para engañarle, palabra que contradecía los hechos, pero ella, estúpidamente comprensiva lo aceptaba, lo entendía, lo quería comprender. Creyó demasiado en él. Y es lo que tiene la empatía, que acabas creyendo que todos pueden sentir lo que expresan, que todos sienten lo que dicen, que todos han sentido alguna vez lo que tú has sentido. Qué la vida es ilógica y no hay por qué buscarle tres patas al gato, ni cinco, sabiendo que tiene cuatro (salvo excepciones), qué a veces las cosas son porqué sí, sin más ni menos o por más emoción que razón.

¿Pero, quién era él? Nadie. Nadie es quién no tiene palabra, nadie es quién juega con las personas según le plazca en cada momento. Y es que ya lo decía una amiga de una: no importa qué eres sino quién eres. Y siguiendo este razonamiento, claro está que no era alguien: era nadie.

Libre, se sintió libre de un peso que acarreó por demasiado tiempo y que se dio cuenta que no valía la pena continuar sobrellevando. Cesó de creerle y desde entonces vive con un peso menos y un sentimiento de ligereza producida por la pérdida de lo que nunca tuvo. No fue amargo el tropiezo con la realidad, más bien fue a la vez agrio, dulce y salado, el recordar un pasado insípido e imaginar un futuro lleno de personas por descubrir.


Pd. La vida sigue y remitiendo a la célebre frase de Expediente X: la verdad está ahí fuera…

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